sábado, 9 de mayo de 2009

EL BOSQUE

Este cuento amigos fue escrito por mi esposo, espero os guste...

EL BOSQUE

La mujer estaba alimentando a sus animales cuando escuchó los cascos de un caballo subiendo por el camino. Vivía al pié de las colinas, en las lindes del bosque, lejos del pueblo. No le gustaban ni la falacia ni la hipocresía humana, y procuraba ir por el pueblo lo menos posible, lo que le valía que algunos la tratasen de ermitaña, e incluso de bruja. El bosque le procuraba todo lo que necesitaba para vivir. Pero eso no era algo que la preocupase aquella soleada mañana, aunque no esperaba ninguna visita. Y menos a caballo. Alzó la vista y vio aparecer, doblando el recodo, un caballero sobre su montura. El sol del mediodía arrancaba destellos plateados de su armadura, aunque esta se veía ajada tras muchos combates. Hizo visera con su mano para verlo mejor. Llevaba la cabeza cubierta por una capucha que tapaba su rostro, una espada que no dudó estaría bien afilada colgaba de su cadera y un yelmo detrás, sujeto a la silla. Sujetaba las riendas cansinamente pero con decisión.
Dejó lo que estaba haciendo y se aproximó al camino que pasaba por el frente de su casa, esperando. Cuando el caballero llegó a su altura, detuvo el caballo al lado de la mujer, mirando desde el interior de su capucha hacia el bosque, que la niebla cubría, un tupido bosque en el cual parecían crecer todas las especies de árboles. Pinos, abetos, robles, encinas, hayas... Ella siguió su mirada, extrañada, aunque sin darle importancia, al detalle de que ese día la niebla no hubiese desaparecido aún bajo los rayos del sol. Consideró que tal vez se tratase de algo premonitorio, como si el bosque estuviese esperando al jinete...
-Que os trae por aquí, mi señor- Preguntó. El hombre bajó la mirada hacia ella, como estudiándola. Ya no era una mujer joven, pero todavía estaba muy lejos de la vejez, se la veía sana y robusta, poseedora de una extraña belleza que solo las descendientes de los antiguos Celtas lucían con el orgullo propio de su ancestral raza. El cabello le colgaba por encima de su hombro izquierdo, recogido en una fuerte y espesa trenza que caía por entre sus firmes pechos, y sus oscuros ojos lo miraban con curiosidad y sin miedo. El hombre volvió a alzar la mirada y observó de nuevo el camino, que moría en la linde del bosque.
-Por qué muere ahí el camino...- Y alzó la mano. La mujer siguió la dirección que señalaba y luego intentó penetrar las sombras que cubrían sus ojos bajo la capucha.
-Os equivocáis, mi señor, el camino no muere ahí, se divide en muchos otros caminos entre los árboles. Todo dependerá del que queráis tomar. Parecéis cansado y hambriento. Puedo prepararos algo de comer y un baño, antes de que prosigáis vuestro camino, os lleve éste a donde os lleve-
-Os lo agradezco, mi señora, pero no puedo detenerme. Decidme, que peligros acechan en el bosque-
-Si os referís a salteadores y otras alimañas de dos patas, podéis estar tranquilo, que no hay nada de eso. Lobos, si, y tal vez osos, aunque ya hace años que no veo ninguno, al menos por esta parte del bosque. Conejos, zorros y algún que otro ciervo andan también por ahí, pero esos no representan amenaza alguna. Si os referís a otros peligros menos materiales, solo los que llevéis con vos-
El caballero asintió, intentando penetrar nuevamente las brumas con su mirada.
-Y qué encontraré al otro lado del bosque-
-Al otro lado solo encontraréis el fin del mundo, el lugar donde el mar rompe contra la tierra en su eterna lucha. Podréis escucharlos peleando antes de poder verlos-
El caballero se sacó la capucha, mostrando a la mujer sus facciones, Su cabello, aunque lacio y sucio por la falta de atención, brilló al recibir la luz del sol. Miró con franqueza a los ojos de la mujer, sonriéndole.
-Entonces, mi señora, tal vez sea ahí a donde debo ir para hallar lo que busco- Arreó al caballo, que comenzó a caminar lentamente en dirección a los árboles. La mujer se lo quedó mirando y de pronto, alzando la voz, lo llamó.
-Caballero, no me habéis dicho quien sois ni de donde venís...-
El hombre, antes de cubrirse de nuevo con la capucha, volvió la cabeza mirándola por encima del hombro, sin detener el caballo.
-Me llamo Lanzarote, mi señora, y vengo de un lugar llamado Avalón-
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la mujer mientras se repetía mentalmente aquél nombre, "Avalón". Cruzó los brazos sobre su pecho y observó al caballero internarse entre los árboles y desaparecer lentamente entre la bruma.

© 2006 - David Posse

1 comentario:

Yenima dijo...

Sencillamente, hermoso. Lo iba leyendo y me parecía ver el bosque. Bellas palabras convertidas en imágenes-